EMIGRANTES EN LA PROPIA TIERRA. LA COLONIZACIÓN INTERIOR EN LA ESPAÑA DE POSGUERRA

EMIGRANTES EN LA PROPIA TIERRA. LA COLONIZACIÓN INTERIOR EN LA ESPAÑA DE POSGUERRA

Embalse de la Sotonera (Huesca). 2022. Ana Amado y Andrés Patiño.

 

El programa del Instituto Nacional de Colonización (INC) estimuló la devastada economía española de posguerra mediante la creación de nuevos regadíos. Se construyeron presas y canalizaciones que llevarían el agua hasta trescientos nuevos pueblos habitados por colonos, migrantes en su propia tierra.

Revisitamos, más de cinco décadas después de su conclusión, una actuación que transformó de una forma integral y programada el paisaje español y las vidas de sus olvidados protagonistas.

 

Etimológicamente, la palabra “colonizar” tiene, entre otros, dos significados: cultivar y habitar. En su origen, colonizar alude a poner en cultivo un terreno improductivo y a habitarlo, a asentarse en él de forma estable.

Colonizar es, por tanto, ocupar un territorio despoblado e improductivo para habitarlo y cultivarlo. “Colonización” se referirá al proceso de ocupación, asentamiento y explotación de un territorio, y al establecimiento de “colonias” (en latín, colonia significa residencia), y al asentamiento de los habitantes que ocupen esas colonias (colonus, con la doble acepción de ‘labrador’ y ‘habitante’).

La necesidad de la colonización aparece, inevitablemente, con una fuerza imperiosa tras la Guerra Civil española (1936-1939). De la contienda saldrá un país devastado y empobrecido que no alcanza a satisfacer las necesidades mínimas de sustento de su población. La economía de la época, dependiente de una manera abrumadora de la agricultura, no había aspirado a una convergencia industrial como la desarrollada en otros países europeos en sucesivas fases históricas, y el atrasado medio rural estaba dominado básicamente por una minoría de potentados terratenientes propietarios de vastas superficies de terreno (… ¡que coman república! era el viejo grito de los caciques extremeños), frente a una mano de obra paupérrima que amenazaba con dejar el sector primario y establecerse en las ciudades en busca de mejor futuro.

El franquismo emprenderá una reforma de carácter paternalista que no va a dejar margen al avance transformador del campo que buscaba la República, con unos objetivos encaminados hacia una política agraria de marcado contenido técnico, en clara oposición al contenido social pretendido por la legislación republicana. El Instituto Nacional de Colonización (INC), dependiente del Ministerio de Agricultura, pretenderá la consecución de unos niveles alimenticios mínimos a la población y ubicará en los nuevos pueblos a una buena parte de la multitud de jornaleros y braceros que vagaban sin trabajo y en la indigencia por los campos, yermos y arrasados por la guerra, de muchas regiones españolas. Se afrontará la creación de nuevos asentamientos al mismo tiempo que los planes de parcelación, de patrimonios familiares y de acceso a la propiedad para fijar, asentar y controlar la población campesina en territorios despoblados con el fin de evitar el éxodo rural, transformando el secano para ampliar la superficie de terreno cultivable mediante la creación de regadíos encaminados a la consumación de una producción agrícola autosuficiente.

Al mismo tiempo en que se gestan las leyes de colonización, se inicia la política hidrológica de construcción de presas y pantanos, desarrollada en las principales cuencas fluviales del territorio nacional. Esta actuación estratégica servirá para garantizar la vital presencia del agua, condición necesaria e imprescindible para posteriormente proceder a su conducción y traslado hasta los nuevos pueblos y terrenos, que de este modo pasarán a ser cultivables y productivos. El capital humano formado por agricultores y braceros, necesarios para la explotación de estas tierras, se conseguiría con los movimientos de población de grandes masas de familias, que se asentaron en los nuevos pueblos creados y constituyeron la mano de obra indispensable para el desarrollo de los trabajos agrícolas.

En este contexto, el INC construirá entre 1943 y 1971 cerca de trescientos nuevos pueblos, que van a contribuir al desarrollo de la agricultura de regadío en las cuencas de los principales ríos. De este modo, aparecerán los pueblos de la cuenca del Ebro en el Alto Aragón, en la zona de Bardenas y Monegros; los de la cuenca del Guadiana, en la zona de las Vegas Bajas de Montijo mediante el célebre “Plan Badajoz”; en la cuenca del Tajo, en los valles del Tiétar, del Alagón y del Árrago con el “Plan Cáceres”; y en la cuenca del Guadalquivir, tanto en su curso alto con el “Plan Jaén” como en el curso bajo, en el Valle del río. Progresivamente, la labor de colonización empieza a considerarse en el marco más general del desarrollo económico regional.

La tarea del INC constituyó, en su conjunto y en general, una encomiable labor que sacó de la pobreza a miles de familias en la depauperada España de posguerra mediante una intensa política de obras, representada por los 11.000 kilómetros de acequias y canales, 900.000 hectáreas de nuevos regadíos, 113.000 hectáreas niveladas y los casi 300 nuevos pueblos construidos, que movilizarían a más de 60000 familias, además de auxiliar una enorme cantidad de obras de equipamiento rural.

Los desplazamientos forzosos de población, el durísimo trabajo inicial sobre tierras de muy baja calidad o improductivas, o la anulación constante de la figura de la mujer son hechos terribles que también forman parte del legado de la colonización.

Mojón delimitador de tierras de colonización. Ciudad Real. 2022. Ana Amado y Andrés Patiño.

 

Los colonos. Origen. El asentamiento. La tutela. La apropiación.

La colonización española, a diferencia de la italiana o de otros modelos internacionales, operó casi siempre con colonos y familias procedentes de orígenes cercanos y próximos al área de asentamiento para, de este modo, favorecer su arraigo en las nuevas poblaciones. Mayoritariamente se trataba de una colonización promovida de forma voluntaria entre humildes familias numerosas de probada y certificada buena conducta que pudiesen acreditar antecedentes morales y políticos aceptables, directrices nacidas de los habituales criterios tradicionalistas y paternalistas del régimen. A estos conjuntos familiares se añadirían, en ciertos casos, movimientos forzosos de población surgidos del anegamiento de pueblos provocado por la construcción de algún embalse, que originaban el obligatorio traslado de sus habitantes.

Colonos en Vegaviana (Cáceres). 2022. Ana Amado y Andrés Patiño.

 

Rebaño de ovejas en la cañada de Vegaviana (Cáceres). 2022. Ana Amado y Andrés Patiño.

 

Tras la selección de las familias se procedía a la subasta de los bienes. Una vez adjudicados, el colono y su familia tomaban posesión del lote asignado, compuesto por la casa, la parcela y los animales que se le habían entregado, sometiéndose a partir de ese momento al control de los técnicos del INC. Algunos colonos renunciaban en los primeros años, que eran generalmente de grandes sacrificios (a menudo con casas a medio terminar y servicios inexistentes), puesto que no alcanzaban el cupo productivo impuesto (en los primeros años era difícil lograr la producción requerida en unas tierras poco fértiles que nunca se habían cultivado, siendo frecuentes los episodios de salinización que hacían imposible la consecución de los objetivos pactados a corto plazo), aunque la tónica general era que los colonos se quedasen puesto que el trabajo, aunque muy duro, representaba un proyecto de futuro —acaso el único— al que podían optar familias sumidas en la necesidad más absoluta.

El período de los cinco primeros años, y alguno más en algún caso, era conocido como tutela y se establecía para supervisar la manera en la que el colono y su familia se asentaban definitivamente o dejaban la explotación, en cuyo caso se traía a otra familia y se volvía a comenzar el proceso.

La amortización de las explotaciones y la apropiación final por parte del colono se produciría al cabo de un largo tiempo que podía oscilar entre los veinticinco y los cuarenta años, y dependía de la fertilidad y fecundidad de la tierra colonizada, así como de la rentabilidad del cultivo. Las deudas adquiridas con el Instituto servían como instrumento para obligar a la población colona a una sumisión silenciosa: el INC se reservaba el derecho a rescindir el contrato de cesión de la parcela en caso de estimarlo oportuno.

Los colonos y sus familias —emigrantes en su propia nación— emprendían de este modo una nueva vida empezando de cero, estrenando todo, sometidos a una vigilancia e inspección sistemática y a un control muy estricto. Se vieron abocados a construir su nueva identidad creando fuertes lazos de solidaridad entre ellos y supieron establecer rituales propios que les permitirían forjar nuevas tradiciones sobre el lienzo en blanco de los nuevos pueblos que habitaban, con sus arquitecturas modernas, abstractas y uniformes.

La propuesta productiva será definida por los técnicos del INC, quienes determinarán tanto el tamaño de las parcelas que van a ser explotadas como el cultivo asignado, cuestiones estas muy definitivas en la rentabilidad de las explotaciones. La decisión sobre el tipo de cultivo será establecida siguiendo criterios que primaban la obtención de productos de necesidad básica en la época (caso del algodón, el arroz o las legumbres) y atendiendo a métodos científicos para su adecuación a las zonas de implantación.

El programa desarrollado por el INC constituyó la mayor operación urbanística en zonas rurales realizada en España, y contribuyó decisivamente a la transformación de su paisaje rural. Como consecuencia se remodelaron y transformaron viejos paisajes agrarios resultado de milenios de humanización. Los nuevos pueblos, constituidos como un nuevo hábitat, supondrán una aportación arquitectónica que nace del espíritu de una modernidad racionalizadora. La colonización se servirá de la producción agroalimentaria y la ordenación territorial, los dos procesos humanos que provocan una mayor transformación, para impulsar de este modo profundas transformaciones socioeconómicas.

Estos aspectos organizaron en el imaginario colectivo una visión parcial y sesgada de la colonización y de los colonos, que serán acusados no pocas veces, de manera injusta, de afectos al sistema y beneficiarios del mismo.

Fotografía de colonos en los primeros tiempos del pueblo de La Barca de la Florida (Cádeiz). 2016. Ana Amado y Andrés Patiño.

 

Memorial de Villafranco del Guadiana (Badajoz). 2016. Ana Amado y Andrés Patiño.

 

La actividad del INC también va a formar parte de un proyecto inscrito en el ideal reorganizador del territorio surgido del discurso de la modernidad. El planeamiento urbano y arquitectónico de estos nuevos pueblos —creados a partir de un inusual e infrecuente acto de voluntad— va a ser un punto fundamental del programa. Teniendo en cuenta la época de transición en la que se encontraba la arquitectura española después de la contienda civil, tras las ausencias trágicas y obligadas de las figuras más significadas y valiosas de la primera modernidad, muertas en la guerra, represaliadas, depuradas o en el exilio, se establecerá en las primeras épocas el debate permanente entre la tradición academicista de posguerra, impulsada desde el poder, y una expresión moderna más culta, de raíz orgánico-racionalista que pugnaba por hacerse oír.

El programa de colonización operará en los contextos rurales con una vocación decididamente ruralística, una suerte de urbanística rural. Una técnica, resultado de la confluencia de ingenieros civiles, agrónomos y arquitectos, que constituyó un punto culminante de encuentro disciplinar entre la práctica agronómica y la arquitectónica. Las obras del INC van a poner de manifiesto un modo moderno, exhaustivo y novedoso de intervenir sobre el territorio rural, contemplando al mismo tiempo la implantación y agrupación de la residencia, la dotación de los servicios necesarios y la producción agrícola; y pueden considerarse, por ende, un intento de planificación integral del medio rural inscrito en un planeamiento territorial que atiende igualmente a aspectos económicos, productivos y estéticos. Sus actuaciones no se van a encontrar tan sometidas al escrutinio y el debate urbano, más propenso a los cenáculos, las camarillas, la crítica y las polémicas enconadas. La definición y la construcción de estos nuevos asentamientos se va a constituir de este modo (de forma paradójica, teniendo en cuenta los férreos principios ideológicos establecidos desde el poder) como un campo de investigación y experimentación para arquitectos con frecuencia jóvenes, y que tenían por aquel entonces un acceso más complicado al encargo en medios urbanos, que emplearían una estética que chocaría con la impulsada desde un régimen tan controlador y poco proclive a dejar estos resquicios.

La arquitectura vernácula en España sufrió un cierto estigma social interpretado como expresión de una pobreza profunda, en general, del campo. La literatura y la filmografía española de la posguerra recogen numerosos casos del sueño de huir del territorio rural para encontrar un pisito y poder así prosperar: escapar del campo, asimilado a la miseria y a la falta de horizontes, para emigrar y encontrar una oportunidad en la tierra prometida que suponía la ciudad.

Viviendas en Setefilla (Sevilla). 2016. Ana Amado y Andrés Patiño.

 

Desde el punto de vista urbanístico y arquitectónico, los pueblos de colonización son un testimonio sostenido de la compleja transición a la modernidad manifestada a través de los cambios que se operan en las disciplinas proyectuales de su época. Sin duda, muchos pueblos responden a planteamientos miméticos y seguidistas de la cultura oficial, pero una amplia muestra de ellos constituye el mejor panel evolutivo de los propósitos de una innovación susceptible de ser integrada en el gran objetivo de transformación del medio rural del que eran instrumento esencial. Los proyectos de los pueblos, arraigados en el territorio, trataron de responder de manera pasiva y empática al clima local para crear entornos cómodos y habitables con un uso comedido de los recursos naturales. Estos pueblos constituyen una veta singular de aproximación a ese espacio, el rural, oscurecido y abandonado por una modernidad, más atenta a la rutilante y explosiva condición de la vida urbana.

Los Poblados Dirigidos y los Poblados de Absorción de Madrid desarrollados por el Instituto Nacional de la Vivienda (INV), también optarán por filosofías similares, esta vez en contextos urbanos. Los poblados manifiestan el rechazo al pintoresquismo de la Dirección General de Regiones Devastadas, compartiendo una voluntad de expresión abstracta en nada ajena al talante de la plástica contemporánea. Vacío y abstracción, en suma, que configuran un cambio de rumbo y viraje hacia valores modernos que estarán paradójicamente apoyados y arropados por instituciones del régimen.

Además de su ejecución y construcción, los nuevos pueblos habrán de insertarse en los territorios de los que surgen, para participar y formar parte de los nuevos paisajes creados, de los que serán principales protagonistas. Su aparición va a producir transformaciones estructurales de estos espacios, convertidos no sólo en territorios productivos, sino sobre todo en sostén de las poblaciones allí llegadas, para crear paisajes que van a ser resultado material de procesos de vinculación de estas nuevas comunidades con su medio. Estos nuevos paisajes se constituyen en breve tiempo en patrimonios sociales, históricos y culturales de sus diferentes comunidades humanas.

El genuino ideal de la refundación, del borrón y cuenta nueva, del olvido y superación de un pasado que se quiere dejar atrás para comenzar de cero es la aspiración y deseo oculto que todos llevamos dentro. Ése es el espíritu del colono, la filosofía que lo guía y abraza, que le permite arraigarse de nuevo en un lugar distinto de su procedencia, abjurando frecuentemente de sus orígenes para emprender, construir y fundar. Los colonos tendrán, como consecuencia, una mayor conciencia de su origen puesto que de algún modo han tenido que nacer de nuevo, de sus historias, de sus oficios y de sus conductas fundacionales, que exhiben con orgullo ante quienes ya han olvidado de donde proceden. Gentes de mirada larga, de horizonte, que vinieron de otro lugar. Se trasplantaron. Volvieron a arraigar, al mismo tiempo que medraban las casas y las siembras. Crecían todos a la vez: colonos, hogares y cosechas.

Los pueblos de colonización forman un conjunto significativo e identificable de valores históricos y materiales, sustanciales para comprender la España de la segunda mitad del siglo xx. Apreciar con nuevos ojos los cambios operados permitirá adoptar mejores criterios para su adecuación a nuevas estrategias territoriales, productivas o de naturaleza urbanística. En todo caso, en los últimos años asistimos a la manifestación de corrientes y tendencias muy esperanzadoras que pretenden evitar la deserción y la degradación de los pueblos de colonización. Asistimos a la aparición de algunas intervenciones privadas o públicas más cuidadas y respetuosas con los entornos construidos, que buscan recuperar sus valores históricos, artísticos y materiales, así como al nacimiento de asociaciones o al trabajo entusiasta de estudiosos locales, cuyas actividades convergen en la común consideración de los pueblos, de la memoria de sus pobladores y de las repercusiones que las actuaciones del INC han provocado en la transformación del paisaje y del territorio, como algo valioso que debe ser preservado.

El papel de los territorios rurales en la necesidad de estimular un nuevo acercamiento entre arquitectura y naturaleza promete ser decisivo en los tiempos que vienen, especialmente en la búsqueda de objetivos que armonicen el medio natural con el desarrollo y la integración social de sus habitantes. Su evaluación deberá traer consigo el desarrollo de instrumentos de protección y difusión, cuya eficacia sólo será posible si se integra en el marco de un impulso al desarrollo rural.

Colonos en Gimenells (Lleida). 2018. Ana Amado y Andrés Patiño.

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Ana Amado y Andrés Patiño

Ana Amado

Nacida en Ferrol (A Coruña), es fotógrafa, arquitecta y artista visual. Los ejes de su obra reciente son el análisis del papel de la fotografía como creadora de iconos e identidades y la arquitectura como marco contextual de proyectos de contenido social, donde se da protagonismo a realidades marginales o insuficientemente visibilizadas.

Su trabajo ha sido distinguido en certámenes o encargos institucionales como Misión Región (Patrimonio de la Comunidad de Madrid), el XII Premio Pilar Citoler, el Premio de fotografía Fundación Enaire 2023 y 24, Documenta Madrid, the Sony World Photography Awards 2018, IWPA International Women in Photo Association award, y ha sido expuesto nacional e internacionalmente en la Bienal de Venecia, Embajada de España en Washington, Instituto Cervantes de Chicago, Pratt Institute Nueva York, Sala El Águila Madrid, Copenhague Photo Festival, Encontros da Imagem Braga, PhotoLondon, SIFEST Savignano PhotoFestival, Bfoto, XIV Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo, PhotoEspaña, The Royal Academy of Arts de Londres, International Festival Eme3, Museo Picasso, Museo ICO Madrid o Madrid Design Festival, entre otros.

Actualmente compagina su labor como free-lance especializada en fotografía de arquitectura con la docencia de la fotografía en escuelas de arte madrileñas, el Hamilton College y universidades como la de Alcalá de Henares, Málaga, la URJC de Madrid o la Tokai University de Tokio.

Andrés Patiño

Nacido en A Coruña, es arquitecto. Con trayectoria profesional en proyectos de edificación en el campo de la arquitectura y del urbanismo. Ha centrado su interés en proyectos relacionados con la arquitectura industrial, la rehabilitación y la vivienda. Actualmente continua con su trabajo de investigación, alternando dicha labor con su estudio de arquitectura.

Coautor del libro Habitar el agua, junto con Ana Amado, publicado por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación y editado por Turner en 2020, con segunda edición en 2022. Ha recibido el Premi FAD 2021 en la categoría “Pensamiento y Crítica”, el XIX Premio COAG en la categoría “Divulgación e Investigación” y Mención en la categoría “Difusión” en los Premios COAM 2021. El proyecto ha formado parte de los contenidos del Pabellón español en las Bienales de Arquitectura de Venecia 2018 y 2023, del X Congreso Do.co.mo.mo. Ibérico 2018, del V Congreso Internacional “On The Surface: Photography On Architecture” (MAAT, Lisboa, 2019) y ha sido finalista en el concurso del Mejor Libro de Fotografía del año PhotoEspaña20.