Habitar la vivienda: usos culturales y sociales en el barrio del Raval de Barcelona
Fig. nº1. @aprilphotographyy. Una calle en el Raval. 2024
Uso del espacio público y privado: el Raval y Oasiurbà
El Raval es el barrio con mayor densidad de población de la ciudad de Barcelona, a lo que se añade una de las mayores tasas de edificación antigua de la urbe. Ambos aspectos, unidos a la fuerte migración procedente de países como Pakistán, Filipinas, Bangladesh, Italia o Marruecos, han dado como resultado un uso amplio e intensivo del espacio público (Aramburu, 2008:146).
Esta situación se entendió de forma dramática durante la pandemia. Al ser uno de los barrios donde más tiempo se está fuera de casa, la vivienda tuvo que reinterpretarse como el espacio donde pasar gran parte del día, en detrimento de unas calles que habían representado una vía de escape de realidades domésticas complicadas, en especial, para las mujeres que se encargan de las tareas del hogar y los cuidados. Pero, ¿qué ocurre cuando los factores demográficos, socioeconómicos, habitacionales y energéticos dificultan esa posibilidad de reinterpretar la vivienda?
Para responder a esta pregunta es necesario conocer en qué condiciones de habitabilidad viven las vecinas del barrio y, sobre todo, las personas migrantes.
El barrio del Raval es el paradigma de la precariedad residencial en Barcelona; así que es imprescindible abordar la vivienda desde un punto de vista más amplio que el meramente arquitectónico. De esta forma, el derecho a “disfrutar de una vivienda digna y adecuada”, regulado en el artículo 47 de la Constitución Española y en el art. 1 de la Ley 18/2007, de derecho a la vivienda, debe entenderse de forma holística, integrando los aspectos técnicos, jurídicos, energéticos, sociales y económicos, para convertirlo en una herramienta que nos permita promover praxis saludables en materia de vivienda.
Los graves problemas de conservación de las viviendas tienen una de sus causas principales en la antigüedad del parque inmobiliario: el 70 % de los edificios del Raval se construyeron antes de 1901, y casi el 30% restante se hizo antes de 1980, de forma previa a la aprobación de la primera normativa de eficiencia energética (NBE CT-79). De esta manera, tenemos un parque de viviendas muy envejecido, ajeno a toda normativa energética y donde patologías como las humedades, las filtraciones, las grietas o la falta de eficiencia energética están a la orden del día.
Aparte de las citadas problemáticas de conservación y habitabilidad, existe un grave problema de sobreocupación en los inmuebles. La superficie media de la vivienda en el Raval es de 65,9 m² frente a los 78 m2 que tiene de media el resto de la ciudad, a lo que debemos añadir una elevada densidad de población (437 hab/ha), frente a la media de Barcelona (164 hab/ha), según datos del año 20201. Esto se evidencia con el número de personas que habitan cada domicilio, siendo habitual encontrar unidades de convivencia de cinco o más personas. (Datos y Estadística del Ayuntamiento de Barcelona de 2020).
También existe un elevado movimiento rotacional de la vivienda. El 55% de la población del Raval vive en régimen de alquiler, frente al 40 % de media de Barcelona. A ello le debemos sumar dinámicas especulativas como el uso fraudulento del arrendamiento de temporada, o la existencia de apartamentos turísticos sin licencia, que restringen aún más la oferta de inmuebles residenciales para los habitantes del barrio. Esta “estacionalidad” en el uso de la vivienda genera inevitablemente un menor vínculo emocional y, en consecuencia, una menor diligencia en su conservación, toda vez que los inquilinos saben que su estancia será corta, mientras que los arrendadores evitan la ejecución de las reformas necesarias o, directamente, son incapaces de financiarlas.
Por último, la falta de aislamiento térmico de los edificios y la vulnerabilidad económica de los residentes, pueden provocar situaciones de pobreza energética. Los habitantes del barrio no tienen la capacidad de mantener una temperatura de confort adecuada en las viviendas porque las fachadas, las medianeras y la cubierta (la “piel” del edificio”), no son eficientes energéticamente hablando. El consumo energético puede llegar a niveles desproporcionados, provocando que las facturas sean de media un 20% más elevadas que en el resto de la ciudad. Esta diferencia es aún más evidente si revisamos los certificados de eficiencia energética, que arrojan como dato que el 40% de los hogares tiene deficiencias en este sentido. (Datos del Idescat y el Institut Català de l’Energia).
En definitiva, la poca calidad de las edificaciones, la sobreocupación y falta de espacio en las viviendas, y las malas condiciones térmicas, emergen como factores principales que coadyuvan a que la población haga un uso más intensivo del espacio público. En este sentido, ¿qué relevancia adquiere la identidad cultural en el uso de la vivienda y del espacio público?
Experiencias migrantes de habitabilidad en el barrio
Existe una clara frontera física y social entre el Raval y el resto de la ciudad. Cuando te adentras a través de las calles de acceso al barrio puedes sentir como penetras en un espacio urbano con culturas diversas, fisonomías de plantas bajas mezcladas con comercios tradicionales de barrio, y otros de reciente creación, muchos de ellos regentados por personas migrantes. Alrededor de tiendas de móviles y locutorios, y en las plazas y espacios abiertos como la Rambla del Raval, personas de culturas diversas utilizan el espacio público como un lugar de encuentro y socialización (Díaz & Ortiz, 2003:404).
Una tupida red de entidades sociales y movimientos vecinales trabaja para mitigar los conflictos que pueden surgir por la apropiación del espacio público, así como para fomentar el trabajo conjunto entre diferentes comunidades y la integración de las personas migrantes. Entidades como la Asociación de Mujeres Paquistaníes o la Fundación Ibn Battuta, que ofrece asesoramiento legal y social a la comunidad marroquí, resultan fundamentales en este sentido.
Sin embargo, este uso del espacio público no sólo se debe a una determinada preferencia cultural, sino que obedece también a “las malas condiciones de las viviendas que habitan o al gran número de personas que comparten un mismo piso” (Díaz & Ortiz, 2003:404). Por este motivo, en la Associació Oasiurbà trabajamos desde el año 2018 para promover el Derecho a una Vivienda Digna de las vecinas del barrio que se encuentran en riesgo de vulnerabilidad residencial.
A través de las experiencias vividas conocemos de primera mano la realidad arquitectónica y jurídica de los edificios, así como las condiciones socio-económicas de las personas que los habitan. Evidentemente, existen necesidades culturales diversas, y las personas migradas sufren una mayor vulnerabilidad debido al desconocimiento del idioma, de la normativa legal, e incluso de los recursos que tienen a su disposición.
En su primer contacto con una unidad de convivencia formada por personas migradas, Oasiurbà descubrió que la intervención arquitectónica no era, por sí misma, suficiente. La familia de Rachida, compuesta por 2 adultos y 4 menores de edad, necesitaba solucionar los problemas de asma y bronquitis que arrastraban los menores, siendo preciso atajar los problemas de filtraciones, ventilación y falta de mobiliario para la vivienda, de apenas veinte metros cuadrados. Durante la ejecución de la obra tuvimos que cambiar la ubicación de la televisión donde la tenían ya que querían que estuviera orientada a la Meca, lo que también da una muestra de cómo los usos culturales influyen en la configuración de los espacios. La incorporación de abogados y trabajadores sociales al proceso fue clave para detectar diversas infracciones administrativas relacionadas con las condiciones de habitabilidad de la vivienda, logrando así la actuación de oficio por parte del Ayuntamiento de Barcelona.
La vivienda de la familia de Nasira, procedente de Siria, estaba compuesta por una sola estancia y un pequeño baño, en la que convivían tres adultos y tres menores de edad (uno de ellos recién nacido). La situación de infravivienda era especialmente compleja, por lo que se intervino en la instalación eléctrica, y se aportó mobiliario que permitiera generar diferentes ambientes en un mismo espacio. En paralelo, y entendiendo que la superficie de la vivienda nunca permitiría que fuera un lugar adecuado para vivir, se analizó la situación legal de la familia para lograr una alternativa residencial, al mismo tiempo que se regularizaba la situación contractual, muy precaria desde el momento en que había fallecido uno de los inquilinos que figuraba en el contrato.
Otro ejemplo de caso que se abordó fue el de Miriam, de nacionalidad marroquí, en el que era necesario poner remedio a las humedades y a la falta de ventilación que causaban problemas respiratorios a su hijo. Además, se valoró legalmente la responsabilidad de la propiedad en el mantenimiento de la vivienda, con el fin de lograr que ejecutara las obras necesarias. Aparte de esta patología, había un grave problema de confort térmico; por lo que se repararon las carpinterías de la fachada y se pusieron unos paneles térmicos diseñados por el estudio Reehabilitant, logrando un incremento de 2 grados de temperatura en el interior de la vivienda.
En todas las experiencias hemos podido observar que la mujer ha jugado un rol mucho más activo que el hombre en el proceso, llevando el control del hogar, así como la gestión legal y arquitectónica con el equipo técnico y legal de Oasiurbà. En esta esfera doméstica, la mujer parece prevalecer, resultando que en ocasiones el hombre ni siquiera aparece en el proceso, mientras que sí hace un uso más intensivo de otros espacios de socialización, como el entorno laboral, las ceremonias religiosas, o los espacios de encuentro en la calle. Resulta una característica de culturas como la magrebí, en la que la mujer se ubica preferentemente en el espacio privado, y el hombre en el espacio público.
En nuestra pequeña selección de casos no hemos podido comprobar, más allá de algún detalle, grandes diferencias culturales en las formas de utilizar la vivienda. Las personas migrantes, sin importar el origen, llegan a unas viviendas con una antigüedad y distribución determinadas, normalmente en régimen de alquiler, y rara vez disponen de los recursos económicos o el beneplácito de la propiedad para ejecutar obras que les permita repensar las viviendas y generar usos culturales distintos.
Desafíos
Por lo expuesto en los puntos anteriores, resulta claro que el estado de las viviendas y de los edificios que las engloban, agravan las situaciones de vulnerabilidad residencial y socio-económica en el barrio, afectando especialmente a las personas migrantes.
El resultado del estudio hecho por Sara Vima (Habitatge i vulnerabilitat. La millora de les condicions d’habitabilitat en barris desafavorits: una aproximació espacial a la qüestió de l’habitatge) concluye que la respuesta a esta precariedad residencial y a las situaciones de infravivienda estriba en diseñar programas de rehabilitación e instrumentos públicos que permitan mejorar los espacios existentes poniendo el foco en el uso actual, la ocupación y las necesidades de las personas residentes. De esta forma, se puede incidir positivamente en las condiciones de vida de la población y en el uso del espacio público, generando una mejora de la salud física y psicológica, así como un impacto socioeconómico.
A pesar de que existen numerosas medidas a nivel legal que podrían ser aplicadas para mejorar la situación del mercado inmobiliario, Oasiurbà está centrada en el “mentrestant”. Es decir, no en la definición de grandes políticas, sino en la ejecución de pequeñas intervenciones que mejoren un ámbito tan reducido, y a la vez tan rico y diverso, como es el de la vivienda. Estas soluciones técnicas se basan en la accesibilidad y autoconstrucción por parte de las usuarias, con el fin de mejorar el confort térmico, la ventilación y la diferenciación de los espacios, máxime cuando se interviene en viviendas de un solo ambiente donde se cocina y se duerme.
A través de nuestra experiencia, hemos podido constatar que las actuaciones de tipo provisional y/o reversible, en las que las usuarias participan de forma directa, permiten incrementar la conciencia respecto al uso de la vivienda, fomentando que se empoderen y jueguen un rol activo frente a la propiedad y las administraciones públicas.
Se trata, en definitiva, de lograr que la vivienda no sea el lugar del que debamos escapar, sino que sea un lugar habitable, un oasis en el que podamos encontrarnos, convivir y disfrutar con nuestros seres queridos.
Referencias:
Ajuntament de Barcelona. Institut Municipal d’Informàtica. Departament del Pla de la Ciutat, Población Oficial a 1 de enero de 2020: https://ajuntament.barcelona.cat/estadistica/castella/Estadistiques_per_territori/Barris/Medi_urba/Territori/Superficie/a2020/S0403.html
Aramburu, Mikel (2008), “Usos y significados del espacio público”, ACE: Architecture, City and Environment = Arquitectura, Ciudad y Entorno [en línea]. 2008, Año III, núm. 8, Octubre. P. 143-151.
Díaz, Fabiá & Ortiz, Anna (2003), “Ciudad e inmigración: Uso y apropiación del espacio público en Barcelona”, Geografía, género y vida cotidiana. Intervenciones urbanas e integración social, Plan Nacional de Investigación (2000-2003) del Ministerio de Educación y Cultura.
Vima Grau, Sara (2023), “La Millora de les condicions d’habitabilitat en barris desfavorits : una aproximació espacial a la qüestió de l’habitatge.”
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