CENTROS DE INTERNAMIENTO, CARPAS, COMISARÍAS Y SALAS DE ESPERA. LOS PAISAJES DEL INTERNAMIENTO MIGRATORIO.

CENTROS DE INTERNAMIENTO, CARPAS, COMISARÍAS Y SALAS DE ESPERA. LOS PAISAJES DEL INTERNAMIENTO MIGRATORIO.

CETI de Melilla. Foto de Antonio Giraldez. 

 

Podemos llegar a pensar, imbuidos por reportajes de televisiones privadas y discursos de exaltación patriótica propios de los nuevos fascismos, que las fronteras pueden reducirse a una gran edificación fortificada. Un muro, cada vez más alto y espectacular, que encarne los valores de un Estado frente a las contaminaciones del exterior. Podríamos también pensar, imbuidos de buenismo progresista y ceguera socialdemócrata, que dentro del espacio público que compartimos, las fronteras tampoco tienen cabida, ni operan discriminando en función de dinámicas de exclusión e inclusión basadas en la capacidad productiva de los individuos, bajo los mantras urticantes de la aldea global y el mestizaje. Dos visiones, a priori antagonistas, construidas desde el corazón mismo del Estado y que no han mirado, en ningún caso, a las lógicas reales que construyen la frontera. Dos visiones que, de un modo u otro, establecen un perímetro claro, reconocible y depositan en su arquitectura encarnada —la valla, el muro, la línea…— todos los deseos y esperanzas para construir un Estado a su imagen y semejanza.

Si hay algo que nos demuestra la película The Village (Shyamalan, 2004) es, en realidad y a riesgo de desvelar parte de la trama, todo lo contrario a los planteamientos anteriormente descritos. La misma trama social, política y arquitectónica que ha dado forma al perímetro constituye la esencia misma del territorio que alberga en su interior. No son más que diferentes intensidades y regímenes de visibilidad de un mismo modo de entender el territorio —y sus confines—que puede manifestarse en espacios, tiempos y formas muy diferentes. Para evitar caer en las posiciones del párrafo anterior es importante dejar de visualizar la frontera como una línea geopolítica trazada con precisión sino como un elemento superpuesto a la totalidad del territorio, íntimamente imbricada en su espacio público, en sus construcciones y en toda una serie de infraestructuras cotidianas que, llegado el detonante indicado, pueden transformarse de manera prácticamente instantánea en un espacio asociado a la frontera. Tan solo hace falta la presencia de un cuerpo situado físicamente en un espacio que políticamente le es negado o una acción concreta, para que se produzca un cambio de estado. Así, la frontera contemporánea únicamente puede formularse como un dispositivo[1](Giráldez, 2019, 2021), una infraestructura territorial que se adapta con precisión a las necesidades de cada momento, cambiante, capaz de adoptar múltiples configuraciones. Una frontera flexible pero ubicua (Brandariz, 2009), conformada por multitud de agentes tanto público como privados (Andersson, 2014). Una frontera que persigue, acorrala y da caza (Mendiola, 2022) —de manera burocrática, económica e incluso en el sentido más literal de la palabra a través de las fuerzas policiales— en una coreografía desigual entre un aparato estatal y aquellas personas en las que este dispositivo pone el foco.

Miremos pues a estas otras arquitecturas de la frontera, aproximémonos a su materialidad, pero también lógicas concretas. Unas arquitecturas que cuentan con cierta presencia urbana, siempre discreta y a veces silenciada, desposeídas de la retórica fortificada de su espectro teatral y enmascarada a través de las características propias de los espacios burocráticos o policiales, e incluso de la mal llamada ayuda humanitaria.  Es posible que, en nuestro imaginario, no lleguemos a asociar muchos de estos escenarios a la frontera, pero también la constituyen garantizando su funcionamiento dentro de un engranaje bien coordinado articulado a través de nodos de diferente envergadura. Un paisaje infraestructural apenas visible, a pesar de su extraordinaria violencia espacial, que se encarna en espacios cotidianos de nuestras ciudades y se despliega formando una red a lo largo de todo el territorio del estado español.

Es necesario entender las verdaderas lógicas de construcción de la frontera. Lejos de lo que puedan enarbolar los discursos securitarios y nacionalistas, su objetivo no es impedir a toda costa los flujos de acceso de personas migrantes, sino regularlos, canalizarlos, redirigirlos, estancarlos a través de una serie de arquitecturas y espacios concatenados bajo las lógicas de una kinopolítica que convierte a los migrantes en parte de un flujo más o menos deseado en función de su capacidad productiva. Thomas Nail (2016), autor del término anterior, define las tecnologías de frontera como las políticas y construcciones encargadas de gestionar el flujo de personas, animales no-humanos y mercancías, a través del territorio. Y son precisamente las arquitecturas del internamiento donde esta idea cobra especial vigencia, tanto porque a través de este ensamblaje de espacios circulan de manera ordinaria más de quince mil personas al año, como por el carácter molecular que cada uno de ellos adquiere al entrar dentro de los circuitos de regulación del flujo no deseado. Este sistema expande los tiempos, los ralentiza y paraliza hasta los límites legales, generando sistemas de recursividad. Su función última es la retención, la disminución absoluta de la capacidad de acción y desplazamiento sobre el territorio a la espera de su regularización, no administrativa o normativa, sino a través de los diferentes circuitos normativos del dispositivo frontera. Además, identifica progresivamente a las personas que por allí pasan bien como sujetos aptos o bien como sujetos deportables reduciéndolos a objetos burocráticos deportables a los migrantes que interna, bien a través de la cristalización de su irregularización —en el caso de llegada— o bien a través de un proceso de muerte social (Orgaz, 2018, p.471) —su deportación—. Los convierte en sujetos menos-que-humanos o no-personas, motivo por el cual no es necesario garantizar los mismos derechos[2]. Un proceso que, en palabras de Christian Orgaz “producen no personas especialmente mediante la imposición de una realidad administrativa sobre el resto de dimensiones de la vida de las personas extranjeras. Cuando la persona es sometida a estos procesos pueden operar prácticas de todo tipo como la dejación del cuidado e incluso, el ejercicio de la fuerza y el maltrato institucionalizado” (Orgaz, 2018, p. 515).

Los Centros de Internamiento de Extranjeros son la cara más visible de esta red —por más que haya un gran empeño arquitectónico en opacarlos a nivel urbano—, que actúan como el principal motor de este circuito de flujos tanto a la entrada como a la salida, actuando como buffer-zones, “utilizados para ‘almacenar’ y después ‘distribuir’ por los CIEs de la península a personas recién llegadas que no podían ser expulsadas[…], cumpliendo dos funciones: en primer lugar como ‘centros de identificación y comprobación de datos de extranjeros ‘retenidos’ y, en segundo lugar, como instituciones creadoras de extranjeros a-legales y marginales’”(Fernández-Bessa, 2016). En la práctica, tan solo los CIE de Madrid y Barcelona actúan como puntos de salida de este circuito —con una tasa donde más de la mitad de personas que internan no son finalmente deportadas[3]— mientras que la aproximada media docena restante actúan como punto de entrada gestionando buena parte de las llegadas irregulares y distribuyéndolas a lo largo de todo el territorio nacional.

Pero más allá de eso nos encontramos con toda una serie de arquitecturas que, en la práctica y a pesar de todos los matices burocráticos y terminológicos, actúan de un modo similar: regulando los flujos de entrada y de salida de migrantes. Una red capilarizada que se extiende a lo largo del territorio, con capacidad de respuesta ágil —frente a la rigidez arquitectónica de los CIEs o los CETIs— y desplazamientos a los puntos calientes de llegada de personas. Carpas improvisadas y arquitecturas de emergencia, la apropiación de restaurantes en desuso, terrenos militares, hípicas, sótanos de comisarías e incluso cárceles de alta seguridad[4] pueden ser, con una infraestructura mínima, lugares donde retener y canalizar los flujos en los territorios de llegada. Mientras que comisarías, calabozos, furgones en tránsito, dependencias policiales e incluso salas de espera de aeropuerto e incluso aeronaves completan esta red en el extremo opuesto actuando como espacios terminales en el flujo de expulsión y deportación de migrantes.

Hay algo performativo en el uso y necesidad creciente de esta red de arquitecturas débiles frente a los grandes complejos del encierro que encarnan los Centros de Internamiento de Extranjeros. Al igual que la valla, por más que se empeñen en su fortificación, no es más que un símbolo que requiere de policías, mecanismos legales y dosis extraordinarias de violencia para asegurar su impenetrabilidad, el internamiento contemporáneo reside en las coreografías concatenadas de cuerpos a través de los diferentes espacios y territorios en los que se ubican. Su circulación, su flujo más lento o rápido, nunca turbulento ni estancado, requiere de todos estos espacios, muchos de ellos cotidianos, otros efímeros pero que a, simple vista, costaría identificar con la imagen clara y rotunda de frontera que podemos llegar a imaginar.

Así discurre y se construye la frontera contemporánea, infiltrándose en espacios tan cotidianos como un sótano en un edificio público, un terreno baldío en un puerto marítimo, una sala de espera de un aeropuerto o incluso la cabina de un avión de un vuelo comercial. Estos se transforman exclusivamente durante el tiempo imprescindible para que acojan su función, desplegando la excepcionalidad propia de la frontera y las violencias asociadas a ella, para luego volver a su estado inicial sin dejar apenas rastro. Si las arquitecturas sólidas de la frontera teatralizan a través de su rotundidad y fortificación los ideales encarnados de una promesa de un territorio inexpugnable defendido únicamente en su perímetro, este paisaje infraestructural constituido por constelaciones variables de arquitecturas cotidianas explica el funcionamiento operativo de las lógicas del dispositivo frontera.

 

Notas

[1] Este texto parte de las ideas recogidas en la tesis doctoral realizada por el autor, El dispositivo frontera: la construcción espacial desde la norma y el cuerpo migrante. Universidad Politécnica de Madrid, 2019. Para un mayor detalle de algunos de los temas aquí expuestos se puede consultar también el artículo “Tres aproximaciones a las arquitecturas de la deportación en la frontera española”, DEARQ, nº 30, pp. 6-12, 2021.

[2] Una máxima del Derecho del Enemigo, concepto que con frecuencia se menciona a la hora de hablar de la violencia que se ejerce en los perímetros fronterizos pero que vemos también absolutamente inserta en otras dimensiones del dispositivo frontera.

[3] Un aspecto que, pese a parecer aparentemente contradictorio, confirma que el objetivo último de estas arquitecturas no es la gestión de la deportación sino la ralentización y control del flujo migratorio.

[4] La infame cárcel de Archidona en la provincia de Málaga, diseñada como un centro penitenciario de máxima seguridad, es ejemplo de ello. En su interior, semanas antes de su inauguración, un grupo de migrantes recién llegados a territorio español a finales de 2017 fueron retenidos de manera forzosa dentro de sus muros. Durante unos disturbios, según los propios migrantes, uno de sus compañeros fue asesinado por las fuerzas policiales mientras que estas alegan que fue un suicidio.

 

Bibliografía

Andersson, R. (2014). Illegality, Inc.: Clandestine migration and the business of bordering Europe. Univ of California Press.

Brandariz, J. (2009).  “A lóxica da fronteira flexible e ubicua: sobre o control biopolítico dxs migrantes”, Derritaxes nº4.

Fernández Bessa, C. (2016). El dispositiu de deportació. Anàlisi criminològica de la detenció, internament i expulsió d’immigrants en el context espanyol.

Giráldez, A. (2019). El dispositivo frontera: la construcción espacial desde la norma y el cuerpo migrante. Universidad Politécnica de Madrid.

Giráldez, A. (2021). “Tres aproximaciones a las arquitecturas de la deportación en la frontera española”, DEARQ, nº 30, pp. 6-12.

Mendiola, I. (2022). El poder y la caza de personas. Frontera, seguridad y necropolítica. Manresa: Bellaterra Edicions.

Nail, T. (2016). Theory of the Border. Oxford University Press.

Orgaz Alonso, S. C. (2019). Emergencia del dispositivo deportador en Europa y su generalización en el caso español: representaciones y prácticas en torno a los Centros de Internamiento para Extranjeros (CIE).

Shyamalan, M. (2004) The village.

IRUZKINIK GABE

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Antonio Giráldez López

Doctor en Proyectos Arquitectónicos Avanzados. Investigador, docente y editor. Su tema de investigación doctoral El dispositivo frontera: la construcción espacial desde la norma y el cuerpo migrante, fue seleccionado para formar parte del pabellón español de la Bienal de Venecia (2018). Ha trabajado como arquitecto y urbanista en n’UNDO. Desde el año 2013 es co-creador y co-editor de Bartlebooth, una plataforma editorial relacionada con el pensamiento arquitectónico en un sentido amplio del término, labor por la cual ha sido galardonado en los premios Arquia Próxima (2016), Premios FAD de Pensamiento y Crítica (2017), y Future Architecture Platform (2018).